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Entre “sospechas” y “pruebas”

Alonso Begazo Máster en Filosofía

Existe un permanente esfuerzo por minimizar y relativizar, en el debate público, el carácter ideológico de Pedro Castillo. Cierto eslogan, por ejemplo, le atribuye al candidato solo “sospechas” y ninguna “prueba”. Ello parece haber calado de forma inusitada, ocasionando que con facilidad se subestime el punto más firme de su propuesta política: su ideario.

Sorprende la indiferencia del electorado respecto al fundamento ideológico de Perú Libre, sobre todo porque son los mismos militantes de este partido quienes definen abiertamente su propuesta como una izquierda que abraza la teoría marxista. A pesar de ello, mucha gente no les cree.

Cuando insistimos en rechazar información relevante dañamos gravemente la democracia. Si nos tomamos mínimamente en serio el destino de nuestro país no podemos conformarnos con ser votantes insensatos. Es por esta razón que considero valioso explorar brevemente el ideario marxista, intentando identificar sus principales alcances para contribuir a respondernos lo siguiente: ¿realmente Castillo es la mejor opción?

Comencemos señalando que Karl Marx inicia la construcción de su propuesta filosófica desde la dialéctica materialista, que no es otra cosa que el esfuerzo por explicar la realidad desde la idea de un devenir histórico marcado por la lucha para hacerse del capital. Este exacerbado interés por lo material generará una lectura de la sociedad marcada por la lucha de dos clases antinómicas: los capitalistas y los proletarios.

En la narrativa marxista, el proceso de agudizar el antagonismo entre ricos y pobres en la sociedad mediante conflicto terminará con la derrota del capitalismo, instaurando con ello un preliminar estado socialista que se orientará a la consecución de un estado definitivo: el paraíso comunista sin clases.

Este proceso de transformación social busca afectar las estructuras y secuestrar los ámbitos de producción, debido a que estos últimos modelan la conciencia del hombre y el modo de comprenderse a sí mismo. Si estas estructuras y relaciones se asocian a la idea de propiedad privada, entorpecen y alienan la dimensión humana más auténtica: la dimensión productora.

Las concreciones más características de esta alienación serían la religión, la filosofía y el Estado. Por esto, en la idea marxista de sociedad, cualquier expresión religiosa debe desaparecer; cualquier actividad filosófica, como contemplación del hombre y su mundo, se deberá extirpar; y cualquier estructura de poder, fuera de la soberanía del pueblo, se deberá abolir.

La religión se suprimirá por ser una miserable alegría ilusoria que impide la aceptación de nuestra realidad puramente material; la filosofía se limitará solo al servicio de la construcción de un mundo sin clases; y el estado, expresado en la idea de estado como aparato opresor, deberá desaparecer al ser manifestación del vínculo de dominio del pueblo.

Polarizada la sociedad en clases, eliminada cualquier referencia a la trascendencia y abolido el estado como estructura que detenta el poder, sobrevendrá la auténtica reivindicación del ideal humano que reduce a la persona a ser un mero productor de bienes que solo satisface necesidades materiales, siendo esta la expresión “autentica” del hombre en su nueva civilización de la inmanencia.

Por todo esto, es razonable considerar que, en la sociedad marxista, no hay espacio para la promoción y defensa de la justicia, debido a que al respetar lo que le corresponde a cada uno no se está haciendo otra cosa que corregir de los defectos de la vida social capitalista. Y es que el comunismo, como estado social final y permanente del marxismo, aspira a superar la precaria solución de la justicia eliminando su necesidad —al no existir la propiedad no hay nada que respetar o atribuir—.

Extinguir verdaderamente la propiedad no solo implica la redistribución de los ingresos a quienes los producen, ni la supresión de la propiedad privada garantizar resolver los problemas de la justicia, sino que será necesario eliminar los diversos fines personales de los sujetos. Conseguir suprimir cualquier manifestación de individualidad y de autonomía, permitirá lograr reducir cualquier rasgo exclusivo y, por ende, cualquier rasgo que atente con la “igualdad”.

Para completar un panorama del marxismo revisemos algunos de los aportes de sus discípulos más representativos: Lenin, Mao y Gramsci. Lenin sumará la idea del “estado proletario”, que en sencillo propone que el partido comunista debe apropiarse del Estado admitiendo el uso de la fuerza como elemento catalizador.

A esta receta se le agrega el ingrediente de Mao Tse Tung, que adecúa la propuesta marxista al contexto chino, sustituyendo la figura del proletario por la del “campesino”, cuestión que permitirá aplicar los postulados marxistas a una clase baja menos desarrollada que la europea, cuestión que facilitó también su difusión en el contexto latinoamericano.

Por último, Antonio Gramsci brindará la sofisticación metodológica en la conquista del poder, proponiendo que la obtención del poder social se deberá conquistar ideológicamente en universidades y escuelas, justificando maquiavélicamente cualquier medio para alcanzar ese fin.

Después de todo lo expuesto, solo queda formular algunos cuestionamientos: una ideología que menosprecia la individualidad y la dimensión espiritual del ser humano ¿puede válidamente construir una comunidad política donde la persona humana pueda verdaderamente florecer? Una aproximación política que no respete y valore derechos como la propiedad, la libertad religiosa, la libertad de conciencia, la libertad de opinión y el libre desarrollo de la personalidad ¿puede valorarse como paradigmática de promover la igualdad en un Estado Constitucional de Derecho? Una teoría que busca centralizar los medios de producción suprimiendo la iniciativa privada ¿puede verdaderamente fomentar un verdadero desarrollo de los miles de emprendedores que conforman nuestro variopinto espectro empresarial?  Creo que estas mínimas consideraciones nos pueden permitir agregar algunos mínimos criterios antes de manifestar nuestra elección en las urnas.