Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
A pocos días del inicio del nuevo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca, muchos acontecimientos han estado marcando la agenda de la era que comienza. La Corte Suprema de Justicia decidió que ByteDance deberá vender Tik Tok, pues de no hacerlo esta plataforma será prohibida en EE.UU. para que el gobierno chino no tenga acceso a los datos de ciudadanos norteamericanos, lo que representa una amenaza a su seguridad nacional. Este movimiento podría marcar el inicio de nuevas tensiones tecnológicas entre ambas potencias.
Al mismo tiempo, se ha acordado un alto al fuego entre el gobierno israelí y Hamas que facilitaría un intercambio humanitario. Este podría ser el primer paso para empezar a desescalar el conflicto en Oriente Medio, que ha dejado en evidencia la debilidad iraní, un nuevo y frágil gobierno en Siria, la entrada de Turquía en la escena militar de la región –tras un siglo de aislacionismo– y un Hezbolá moribundo en el Líbano.
Pero el verdadero giro internacional llega con la ceremonia de investidura de Trump, que abandona su tradicional enfoque doméstico. Con invitados como Giorgia Meloni, Javier Milei y Viktor Orbán, y un evidente desaire a líderes como Lula da Silva o Claudia Sheinbaum, el evento se perfila como un manifiesto político global. Para algunos, es un intento por recrear la majestuosidad que Trump presenció en la reinauguración de la Catedral de Notre Dame en París; para otros, un claro gesto de alineación estratégica.
Más allá de las interpretaciones, esta iniciativa no sólo refuerza su discurso disruptivo a través de símbolos, sino que también consolida un eje político que podría redefinir el orden internacional, lo que no deja a nadie indiferente.