Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
Por estos días, si hay alguien que encarna el dicho “apostó fuerte y perdió todo”, ese es Elon Musk. El magnate sudafricano que alguna vez fue el niño mimado del Silicon Valley, el promotor de la movilidad eléctrica con Tesla y el profeta de la colonización de Marte con SpaceX, decidió que no solo quería cambiar el mundo desde la tecnología: quería también moldearlo desde la política. ¿Y qué hizo? Se lanzó a respaldar, sin medias tintas, a Donald Trump.
Todo comenzó con la compra de Twitter, aquella red social que rebautizó como “X”. Lo que inició como una cruzada por la “libertad de expresión” —según sus propias palabras— rápidamente se tornó en una posición activa en materia política de apoyo al trumpismo.
Musk no solo le devolvió la cuenta a Trump después de haberla perdido tras el asalto al Capitolio, sino que fue mucho más allá: invirtió millones de dólares en la campaña y rifó efectivo entre los votantes de Trump en estados clave como Pennsylvania.
Una amistad cara, dirían algunos, porque esa cercanía a Trump comenzó a pasarle factura. Las ventas de Tesla se desplomaron en mercados sensibles como Alemania y Reino Unido, donde Musk incursionó en materia electoral. A esto se suma el frustrado intento de exportar la “motosierra” de Javier Milei a la Casa Blanca. ¿La promesa? Una agencia de Eficiencia Gubernamental. ¿La realidad? Trump, ya en el poder, disparó el déficit fiscal con más gasto militar.
En resumen: Musk quedó como el amigo incómodo, sin asesoría presidencial ni respaldo político y sin mercados estables para sus empresas. ¿Le alcanzará la genialidad para recuperarse? Lo más probable es que sí, Musk no ha llegado donde está por suerte.
Discusión sobre el post