Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
La imagen de tres expresidentes alojados en una misma cárcel no es solo un hecho insólito; es, sobre todo, una imagen que nos obliga a preguntarnos cómo es que se llegó hasta aquí. ¿Qué falló en la manera de ejercer el poder en Perú?
En materia ética, durante siglos se ha debatido si, en política, los fines justifican los medios. Pero en una democracia auténtica, no todo vale. Aunque algunos líderes han intentado actuar al margen de la legalidad, el Estado de derecho en el Perú, con sus límites y demoras, ha mostrado capacidad de respuesta. Alejandro Toledo enfrenta cargos por corrupción, Ollanta Humala por el financiamiento ilegal de sus campañas electorales, y Pedro Castillo, por su fallido intento de quebrar el orden constitucional. Cada uno, en su momento, cruzó líneas que no debieron cruzarse. Y hoy, enfrentan las consecuencias.
Una segunda lección, quizás la más incómoda, es que la corrupción no distingue ideologías, así que no es patrimonio exclusivo de la izquierda ni de la derecha. Esta realidad debería hacernos desconfiar de los discursos moralistas que se amparan en las ideas políticas como supuesta garantía de integridad.
En varios países de América Latina, los expresidentes que fueron hallados culpables por corrupción evaden la cárcel con facilidad. Cristina Fernández, en Argentina, fue sentenciada, pero no ha pisado prisión y ya se prepara para volver a la escena política. Lula da Silva, en Brasil, solo purgó algunos meses de cárcel y regresó a la presidencia. Juan Manuel Santos, en Colombia, pese a los cuestionamientos por el caso Odebrecht, no enfrentó consecuencias judiciales.
Desde esta perspectiva, tener a tres expresidentes presos en el Perú es una señal de que nuestras instituciones, pese a todas sus falencias, aún conservan capacidad de acción. La cárcel no debería ser el final inevitable de una carrera política; pero tampoco una excepción.
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