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“Personalmente me opongo al aborto, pero acato lo que diga el Parlamento o la Constitución”

Escrito por Encuentro
Abr 22, 2021
en Opinión, Vida y familia
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Jorge Martínez
Filósofo y docente de Humanidades – UCSP

La última elección en Perú, arrojó un resultado en parte sorprendente y en parte esperable. No es mi propósito —ahora— entrar en el análisis de esos resultados, sino en una afirmación muchas veces oída: la del título de esta columna.

Lo dijeron varios políticos, no solo Pedro Castillo, también lo afirmó en su momento Pepe Mujica, el pintoresco expresidente uruguayo. Quisiera presentar un caso diferente, el de Balduino, exrey de Bélgica. Para eso, nada mejor que recordar una carta que el monarca envió el 30 de marzo de 1990 a Wilfried Martens, en ese momento Primer Ministro.

En ella, Balduino se negaba a promulgar la ley que despenalizaba el aborto, aprobada por el Senado belga el 6 de noviembre de 1989 y por la Cámara el 29 de marzo de 1990. En ese momento, era impensable que el rey se negase a ratificar con su firma el texto de la ley, ya que el artículo 69 de la Constitución belga, estipula que “el rey sanciona y promulga las leyes”.

Ahora bien, este sorprendente acto de valentía de Balduino, suscitó la respuesta del Primer Ministro, quien en una carta fechada el 5 de abril de 1990, proponía que “con el acuerdo del rey, se utilice el artículo 82 de la Constitución relativo a la imposibilidad de reinar.” Así se hizo. Balduino abdicó y con la firma de siete ministros socialcristianos (y escribo lo de “cristianos” en itálicas), la ley pudo ser promulgada.

Posteriormente y con el acuerdo del Consejo de Ministros, el rey reasumió. Conviene recordar algunos pasajes de esa carta y que suscitó la admiración de muchos ciudadanos belgas, “Este proyecto de ley me plantea un grave problema de conciencia. Temo, en efecto, que sea comprendido por una gran parte de la población como una autorización de abortar durante las doce primeras semanas después de la concepción. Me inspira también grave aprensión la disposición que prevé, que el aborto podrá ser practicado después de las doce primeras semanas, si el niño por nacer estuviera aquejado de ‘una afección de especial gravedad y reconocida como incurable en el momento del diagnóstico’. ¿Se ha pensado en la impresión que tal disposición puede hacer a los minusválidos y sus familias? En resumen, temo que este proyecto provoque una disminución sensible del respeto de la vida de aquellos que son más débiles. Comprenderá Ud. por qué, por todo ello, no quiero asociarme a esa ley. Al firmar este proyecto de ley y al manifestar mi acuerdo con el mismo en mi calidad de tercer brazo del Poder Legislativo, estimo que asumiría inevitablemente una cierta corresponsabilidad. Y ello no puedo hacerlo por los motivos expresados antes (…). A los que sorprenda mi decisión, les preguntaré: ¿sería normal que sea el único ciudadano belga que se vea forzado a obrar contra su conciencia en un terreno esencial? ¿La libertad de conciencia valdría para todos salvo para el rey? (…). Quisiera terminar esta carta subrayando dos puntos importantes en el plano humano. Mi objeción de conciencia no implica por mi parte ningún juicio de las personas que estén a favor del proyecto de ley. Por otra parte, mi actitud no significa que sea insensible a la situación muy difícil y en ocasiones dramática a la que se enfrentan ciertas mujeres. Ruego a Ud., Señor Primer Ministro, que comunique el contenido de esta carta, cuando lo crea oportuno, al Gobierno y al Parlamento.”

El aborto es una práctica mortífera, políticamente suicidaria, moral y psicológicamente devastadora, y jurídicamente indefendible. Así lo entendió Balduino, que no pudo tener hijos con su esposa, la reina Fabiola. El rey no antepuso las conveniencias políticas a lo que su conciencia le dictaba. Frente a este gesto, afirmar que personalmente se está en contra del aborto, pero ofrecer la propia conciencia como moneda de cambio en los regateos de la política, es una grave falta moral, una chapucería ética tanto más grave cuanto se da en la persona que, supuestamente, debería ser un ejemplo de integridad para la república.

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