Lucía Del Carmen Peraltilla Romero
Profesora de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica San Pablo
Cuando queremos lograr un objetivo, ya sea personal, familiar o profesional, enfocamos nuestra energía, recursos y acciones para alcanzarlo; todo ello genera tensión y nos provoca un desgaste físico y emocional. A este fenómeno le llamamos estrés. La experiencia es bastante común y, probablemente, la mayoría podría decir que en algún momento se ha sentido estresado; por ello, resulta importante comprender cómo es realmente el estrés y cómo enfrentarlo.
El estrés es una respuesta normal y necesaria ante una tarea que resulta importante para nosotros. Si no tuviéramos esta respuesta, simplemente no nos esforzaríamos por alcanzar metas. Sin embargo, ¿esto significa que es saludable vivir estresado? No, pues aunque resulta una respuesta común a todas las personas, el estrés puede convertirse en una situación dañina.
El estrés puede ser saludable en la medida que sea temporal, que nos ayude a encontrar soluciones o alternativas ante los retos y que sea manejado por la persona. En contraparte, si el estrés se vuelve constante en el tiempo, empieza a traer más problemas que soluciones y la persona siente que no lo puede manejar, es una señal de alerta.
Resulta importante que cada persona, desde el autoconocimiento y la reflexión personal, identifique las señales del estrés. Hay manifestaciones físicas, psicológicas y conductuales: algunas personas tienen problemas físicos, como cansancio extremo, dolores de cabeza, problemas para dormir o comer, problemas dermatológicos o gastrointestinales. Otras tienen sentimientos de temor, preocupación o pensamientos negativos; mientras que hay quienes se aíslan, se muestran irritables o caen en el consumo de alcohol o tabaco. Todas estas situaciones enumeradas van a ser dañinas en la medida que sean persistentes.
Las combinaciones de estas manifestaciones son tantas como personas en el mundo, pues cada uno vive el estrés de forma única. Pero, por qué uno se estresa y otra persona no. O ¿por qué alguien se estresaría por alguna situación si es tan fácil de resolver? Hay muchos factores que entran en juego, como la edad, las experiencias previas, la madurez emocional, la confianza en uno mismo, el tipo de personalidad, entre otros. Cada persona, en su unicidad, enfrenta los desafíos de forma diferente.
Entonces, según lo señalado, si nos referimos a la edad de las personas ¿también podríamos toparnos con criterios variables? Así es. En ocasiones se piensa que los niños y adolescentes, al tener menos responsabilidades –según la mirada de los adultos– no deberían estresarse, pero esto es un mito. Los retos están siempre presentes y son diferentes para cada edad. Si no se tiene en cuenta este hecho, se puede caer en el error de minimizar el estrés propio o de los demás, quitarle importancia y negar que puede afectar a la persona. Esto genera una profunda frustración que agrava las señales del estrés y genera, además, que la persona que sufre se sienta aislada e incomprendida.
Hablar sobre el estrés, aunque pueda parecer repetitivo es importante, sobre todo en estos tiempos en los que se busca el ideal de la perfección, lo que ha llevado a las personas a normalizar el vivir estresadas, cansadas y agotadas. Sin embargo, esta realidad se esconde por temor al juicio y la desaprobación. Estas situaciones, a corto y largo plazo, resultan perjudiciales para el bienestar en general, pues la evidencia muestra que el estrés persistente afecta la respuesta del sistema inmune e incrementa las posibilidades de desarrollar enfermedades crónicas.
Entonces, ¿debemos eliminar el estrés de nuestras vidas y no preocuparnos por nada? No, ese extremo tampoco es saludable. Es necesario aprender y fortalecer estrategias para autorregularnos de forma adaptativa.
Por ello, es recomendable que cada persona tenga la oportunidad de hacer pausas activas en su jornada, actividades que le resulten agradables y relajantes como pasatiempos artísticos y deportivos. Los ejercicios de respiración y relajación muscular son bastante útiles para disminuir las manifestaciones físicas del estrés.
Otro posible medio para reducir el estrés, implica ubicar redes de apoyo. Contar con el soporte y la aceptación de la familia y los amigos nos ayuda a sentirnos acogidos y recargarnos de fortaleza, aislarse no es una opción saludable. Para ello, es necesario saber reconocer nuestros pensamientos y emociones, para expresarlas de forma coherente ante los demás.
Por último, existe un eje muy importante para aprender a combatir el estrés y son las habilidades socioemocionales. El estrés suele lastimar la autoestima de la persona, y muchas veces la hace dudar de su capacidad; por ello, conocerse a uno mismo y confiar en las propias habilidades es indispensable. En ese sentido, es necesario aprender que el error es parte del proceso de aprender y, aunque es frustrante, no nos debe conducir a pensar que nos hace menos valiosos. Saber reflexionar sobre la propia experiencia permite no estancarse en la equivocación o buscar culpables, sino buscar alternativas para intentarlo nuevamente, sin caer en el pesimismo.
Por todo ello, debe tener muy claro que no hay una fórmula para librarse por completo del estrés, y la clave no es huir de este, sino tener una mirada comprensiva hacia nosotros y los demás. El objetivo es cuidarnos a partir del aprendizaje resiliente y el desarrollo de estrategias para manejar el estrés de forma adaptativa.
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