Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
La prensa ha sido, históricamente, uno de los principales contrapesos del poder en las democracias modernas. Su función no sólo permite que la ciudadanía conozca lo que ocurre en los espacios donde se toman decisiones, sino que también obliga a los gobernantes a rendir cuentas, responder por sus actos y escuchar las críticas de la población.
Sin embargo, la crisis política que se arrastra en el Perú desde la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski hace ocho años, ha traído consigo un preocupante fenómeno: el silencio del poder. Mientras que Martín Vizcarra y Francisco Sagasti mantuvieron una relación más abierta con los medios, los gobiernos de Pedro Castillo y Dina Boluarte han optado por un hermetismo absoluto, bloqueando el acceso a la prensa y evitando el escrutinio público.
El reciente desplante a la comisión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por parte del Ejecutivo y el Congreso, refleja un preocupante desprecio por la labor periodística. Este rechazo no sólo es una muestra de arrogancia, sino que también evidencia una peligrosa desconexión con la realidad nacional. La sensación de impunidad y el control sobre los puntos débiles del sistema han generado un clima en el que quienes ostentan el poder se sienten intocables.
Si el próximo Gobierno y Congreso no fortalecen la rendición de cuentas y las garantías para el libre ejercicio del periodismo, el país seguirá resbalando por una pendiente peligrosa. La democracia no muere de un día para otro, se erosiona lentamente en el silencio, hasta que el autoritarismo deja de parecer una amenaza lejana y se convierte en una realidad ineludible. América Latina tiene varios ejemplos que demuestran que ese horizonte institucional más que improbable resulta factible.
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